

“La noche de los girasoles” es como Neo en Matrix, una anomalía del sistema producida por el mismo sistema. En principio, reunía dos condiciones que he de reconocer que me producen alergia: director debutante y drama rural a la española. Pues a los diez minutos de proyección ya estaba frotándome los ojos en plan “no me puedo creer lo que estoy viendo” y pensando: “tú y tus estúpidos prejuicios podéis iros a paseo”. Aún así (los prejuicios son persistentes), estuve un rato en suspenso y rezando: “que no la caguen, que no la caguen”. Al final, acabé no en suspenso; sino suspendido en la espléndida trama urdida por su director y guionista.
Y es que nos encontramos en un filme con unos personajes tan bien definidos como interpretados. Todos y cada uno de los actores clavan sus papeles, empezando por el inquietante Manuel Morón, pasando por la preciosa Judith Diakhate (extasiado me hallo), un más que sólido Carmelo Gómez interpretando al antihéroe de la función, unos prodigiosos y muy creíbles Cesáreo Estébanez (el Romerales de “Farmacia de Guardia”, que interpreta al último habitante de una aldea que se niega a abandonar) ”) y Vicente Romero (el Maquea de “Padre coraje”, que interpreta al Guardia Civil cuyo comportamiento es uno de los detonantes del drama) y culminando con un inmenso Celso Bugallo (“Mar adentro”) en plan Colombo-Guardia Civil.
Pero, si solo fuera por los actores, no estaría yo hablando tan bien de esta peli ahora. Lo más destacable es una construcción narrativa y una puesta en escena de precisión milimétrica en la que la riqueza de puntos de vista compone un mapa humano de lo más sugerente. Esto me trae a la memoria otros grandes relatos que también giran en torno a las debilidades y el instinto de supervivencia de los seres humanos, como la canónica “Rashomon” (Akira Kurosawa, 1950), “Sangre fácil”, “Fargo” (Joel Coen, 1984-1996) o la más reciente “Una historia de violencia” (David Cronenberg, 2005).
El entorno rural (por cierto, ambientado en la sierra de Béjar y en Barco de Ávila) sirve como espacio abstracto, a la que vez que muy reconocible, en el que no rigen las mismas normas que en el “mundo civilizado”. El concepto de bien y mal se diluye y la gama de grises se apodera de la acción, haciendo que en ningún momento esta se torne previsible. Ese es otro de los puntos fuertes de la función, que te sorprende constantemente, pero sin hacer trampas; todo sigue una lógica fatídica aplastante.
Recientemente, con motivo del estreno de “Alatriste” se ha hablado mucho del tipo de películas que necesita la industria del cine español para competir con la americana. Evidentemente, no se puede competir en cuanto a espectacularidad y grandes escenas de acción, pero sí con historias interesantes y bien contadas. Muchas veces escuchamos que en el cine español hay mucho talento pero pocos medios, aunque el que esto suscribe no constata muy a menudo que eso sea cierto. “La noche de los girasoles” es una de esas veces.
Ha nacido un gran narrador al que habrá que seguir la pista con atención a partir de ahora.
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