19 septiembre, 2006

VIRTUOSISMO, TERROR Y EL DIFÍCIL PASO A LA MADUREZ: "MONSTER HOUSE" (GIL KENAN)



Tengo que empezar diciendo que estoy contento. Uno necesita cada cierto tiempo una dosis de buen cine fantástico y desde la decepción que, para mí, significó “Cars”, así como la indiferencia provocada por “X-Men 3” o “Superman Returns”, andaba algo inquieto, como si me faltara algo, con mono. Menos mal que Shyamalan voló tan alto como acostumbra en “La joven del agua”, su mejor film desde “El protegido”.

Ante “Monster House” no las tenía todas conmigo. El anterior proyecto en el terreno de la animación del señor Zemeckis, “Polar Express”, no había acudido a verlo espantado por esos trailers que nos la vendían como el más empalagoso pastel navideño de todos los tiempos. Gente de confianza, es decir zemeckianos rayanos en lo enfermizo (lo de “rayanos” es por ser amable), me confirmaron el desastre cuando vi que apenas se aventuraban a defenderla con el socorrido: “no es tan mala como parece”. Por otra parte, la campaña publicitaria de “Monster House” se ha centrado más en decirnos que era lo último en cuanto a la técnica de captación de movimiento por computadora que en otra cosa. Cuando hablan más de los adelantos técnicos que de la historia y los personajes, mal asunto.

Por fortuna, todas esas dudas se diluyen a los pocos minutos de proyección. Hay un virtuosismo técnico más que evidente, pero los responsables han entendido que no es lo mismo realismo que veracidad. Es decir, al igual que en la magnífica “The Incredibles” (Brad Bird, 2004), han centrado sus esfuerzos en que los movimientos y los gestos de los personajes resulten naturales, fluidos y creíbles, pero el diseño de estos responde más a conceptos propios del cine de animación, están caricaturizados.

Otro elemento destacable y en el que se viene notando una gran evolución en los últimos tiempos es el que se refiere a los “movimientos de cámara” (lo pongo entre comillas porque evidentemente se trata de movimientos ficticios, simulados). Así, podemos disfrutar de todo un recital de travellings, grúas, zooms e incluso en ocasiones se perciben las oscilaciones típicas de una steady-cam. Todo ello utilizado con un enorme sentido cinematográfico que produce la sensación de que alguien muy inteligente se haya tras la cámara.

Pero todo esto se quedaría en un simple esfuerzo disfrutable, aunque baldío, de no ser por el espléndido guión. Muchas veces se ha hablado del talento de los cineastas clásicos americanos para contar una historia a la vez que la acción avanza de forma implacable. Este es un buen ejemplo de ello. La anécdota central es sumamente simple: un niño de doce años descubre que la casa situada frente a la suya, y cuyo único habitante es un viejo cascarrabias, está encantada. En su esfuerzo por desvelar el misterio que envuelve a la mencionada casa implica a su mejor amigo (un chico gordito al que en la versión castellana, que es la única estrenada, llaman “Croqueta”) y a una chica que conocen sobre la marcha porque va vendiendo dulces para Halloween (estamos en la víspera de esa famosa fiesta que tan buenos recuerdos cinematográficos nos trae). Como era de esperar, ambos quedan prendados de la niña, pelirroja y sabionda, y se disputan su atención.

Como podéis ver, el punto de partida no es nada original, pero en ningún momento el desarrollo resulta cansino ni produce la molesta sensación de ya visto. Se sigue con la misma atención que otros clásicos con los que guarda concomitancias, pero a los que no homenajea burdamente. Sobre todo, recuerda en cuanto a tono e intenciones a “Gremlins” (Joe Dante, 1985). Al igual que aquella, se trata de una historia de terror infantil con elementos de comedia macabra. Además, la historia transcurre en el típico barrio residencial americano que tan familiar nos resulta a los amantes del género fantástico. Así, nos vienen a la mente filmes como “Poltergeist” (Tobe Hooper-Steven Spielberg, 1982), “Halloween” (John Carpenter, 1978), “Eduardo Manostijeras” (Tim Burton, 1990) o “Los Goonies” (Richard Donner, 1985). Con ésta última guarda un gran parentesco en cuanto a aventura que sirve de paso a la madurez. Los niños descubren el primer amor, que las apariencias a veces engañan o lo que significa ser responsable de tus actos. También por el modo despectivo con el que son tratados los personajes adultos, que tratan de imponer su autoridad mientras se comportan de forma más infantil que los propios niños.
Quizá el gran mérito de “Monster House” sea que, tratándose de una película claramente infantil, puede satisfacer también al público adulto sin recurrir a guiños y chistes que solo nosotros podamos entender. Respeta el punto de vista de los niños. Y eso que los productores son nada más y nada menos que Steven Spielberg y Robert Zemeckis, con lo cual la autocita y el guiño cinéfilo habrían estado más que justificados. Pero no les hace falta porque la película tiene la fuerza de los cuentos clásicos, aquellos que tratan a los niños con respeto y que les enfrentan con sus temores y traumas para que salgan reforzados de la experiencia. Algo que autores como Tim Burton o el tristemente fallecido Roald Dahl han sabido captar a la perfección.

3 comentarios:

Roski dijo...

Es innegable que esta (estupenda) peli le debe mucho al cine de Joe Dante. Y no sólo a los "Gremlins", sino también a "No matarás...al vecino" (una película a revindicar).

Sin embargo echo de menos algo de mala leche a lo Dante. Pero mejor esto que nada.

Saludos.

DECKARD dijo...

No es usted el único que me ha mencionado "No matarás... al vecino" últimamente. Tengo que reconocer que no la he visto, pero prometo saldar esa cuenta pendiente con Joe Dante en breve.

Anónimo dijo...

O esa maravilla que es MATINNE