

“A dos metros bajo tierra” es probablemente la mejor serie dramática dentro de la época dorada que vive la televisión estadounidense. Se puede definir como una perversión de las típicas series familiares con las que los estadounidenses nos han bombardeado desde hace décadas. El padre de familia (Nathaniel Fisher-Richard Jenkins) fallece en la primera secuencia del primer capítulo en un estúpido accidente de tráfico. Luego descubriremos que todos los capítulos, siguiendo esa pauta, se iniciarán con una muerte absurda e inesperada. El padre seguirá apareciendo a través de las visiones de sus hijos. El hijo mayor (Nate-Peter Krause) responde a los parámetros de la parábola bíblica del hijo pródigo. Se fue de casa muy joven a buscarse la vida, pero su padre le deja en herencia parte del negocio familiar y decide volver para hacerse cargo de este junto a su hermano David (Michael C. Hall). David es un homosexual pulcro y perfeccionista, lo cual no impide que de vez en cuando caiga en excesos con las drogas y el sexo. La hija menor (Claire-Lauren Ambrose) es una adolescente con inquietudes artísticas a la búsqueda de su propia identidad. Recibirá todo tipo de desengaños en su obsesivo camino hacia la ansiada autenticidad, lo cual no le impide seguir firme en su propósito. La madre (Ruth-Frances Conroy) intenta sobrevivir a la viudedad buscando una nueva pareja con la que compartir sus últimos años de vida, pero su pésimo tino a la hora de elegir la lleva a mantener relaciones a cada cual más extraña. De obsesiva y malsana se puede definir la relación que mantiene Nate con Brenda (Rachel Griffiths), que proviene de una familia con un largo historial de desequilibrios mentales. El círculo de personajes habituales lo cierra Federico (Freddy Rodríguez), una especie de genio del bisturí capaz de dejar guapo para su funeral hasta a Pinochet. Este personaje ha ido ganando protagonismo en proporción al talento del actor que lo interpreta (le vimos en “La joven del agua” de Shyamalan y le veremos en la conexión Tarantino-Rodríguez, “Grindhouse”), pero destacar solo a este actor del espléndido reparto sería injusto, están todos estupendos.
Lo admirable de esta serie, aparte del cuidado en la definición y evolución de los personajes, es la gran riqueza de las tramas y de los conflictos que les acechan, así como la forma en la que todos estos elementos aparecen entrelazados dentro de unos magníficos guiones. La muerte y la forma en la que afecta a los que la rodean es el tema fundamental, pero también tienen cabida las relaciones sexuales y amorosas o el esnobismo que predomina en el submundo artístico. Además, siempre impera una mirada humanista que trata de ser comprensiva con las idiosincrasias y rarezas de nuestros congéneres y un aguzado sentido del humor negro.
Solo me queda decir que me muero de ganas por ver la quinta temporada.

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