27 octubre, 2006

UNA TARDE DE DOMINGO CON "EL GATOPARDO" (LUCHINO VISCONTI, 1963)





INT. TARDE
Estamos en un pequeño apartamento situado en un pueblo cualquiera de la sierra de Madrid. Fuera, la lluvia golpea fuertemente contra el suelo y, de vez en cuando, una ráfaga de viento la empuja hacia la ventana. El momento ideal para acomodarse en el sofá bien tapaditos y pasar la tarde viendo una película. Nos ponemos a escarbar entre la amplia colección de DVD’s (sí, es por fardar).

ELLA: ¿Vemos una de Bergman?
ÉL: No, yo quiero ver “La Momia” de Stephen Sommers (es una pequeña broma privada. Es la típica película que sabe que ella nunca va a querer ver).
ELLA: Ja, ja, ja. Anda, venga, una de Bergman, que aún nos quedan unas cuantas por ver.
ÉL: Sabes que Bergman me encanta, pero ya vimos una de él la semana pasada y reconocerás que no es precisamente el rey de la fiesta (“Gritos y susurros”, concretamente). Me apetece ver algo más alegre. ¿Qué te parece una de Dreyer?
ELLA: Ja, ja. Anda tonto, tú pon la de Bergman que las alegrías ya te las daré yo luego.
...

ÉL: De eso nada, esta vez no pienso sucumbir a tu chantaje sexual. Mira, ya en serio, tengo ahí dos asignaturas pendientes que me avergüenza no haber visto: una es “El beso mortal” y la otra “El Gatopardo”, elige.
ELLA: Bueeeeeno, va, “El Gatopardo”. Ya la he visto dos veces, pero no me importa volverla a ver.
ÉL: Aleluyaaaaa, por fin llegamos a un acuerdo. Ya no me parece tan complicado lo del proceso de paz en el País Vasco.

Me he permitido ciertas licencias literarias, pero la cosa fue más o menos así. Al fin y al cabo, John Ford (patrón honorífico de los cineastas) decía que si dudas entre imprimir la realidad e imprimir la leyenda, imprime la leyenda.

Lo importante es que por fin puedo borrarme el tatuaje que, en plan “Memento”, llevaba impreso en el pecho: “Acuérdate, cabrón, no has visto ‘El Gatopardo’”. Cuando llevaba camisetas sin mangas en verano, solo se veía “cabrón... pardo” y resultaba algo embarazoso. ¿Sabían que en Inglaterra, a ese tipo de camisetas, las llaman “wife bitter” (“golpeador de mujeres”)?. Bueno, que se me va la olla, debe ser el síndrome del viernes.

No quiero enrollarme mucho sobre la película porque es un clásico y no creo poder aportar nada nuevo a todo lo que se ha escrito sobre ella. Solo diré que es una de esas veces en las que das gracias a Billy Wilder por la existencia del DVD porque, amigos, ¡qué absoluta maravilla de transfer digital! Nada que ver con las amarillentas imágenes y los fallos de celuloide de los pases televisivos e incluso cinematográficos. Una ocasión inmejorable para disfrutar del admirable manejo del color y de la profundidad de campo por parte del magnífico operador Giuseppe Rotunno (habitual de Fellini en sus mejores filmes en color, como “Satyricon”, “Roma”, “Casanova” o “Amarcord”. También realizó “Las aventuras del Barón Munchausen”, la maravillosa versión de Terry Gilliam). Uno se da cuenta, así, de la justificadísima fama de la secuencia final del baile. Casi se me saltaban las lágrimas ante la belleza de algunos planos. Es la celebración de un tiempo, de una clase social, que se extingue irremisiblemente. A la vez, uno también percibe que es un cine que ya no se hace. Esa amplitud de plano es propia de alguien que piensa según los cánones de una gran pantalla, no de la pequeña pantalla de televisión. Si a eso le unimos la encarnación de la dignidad, la lucidez y la caballerosidad en la figura de un tótem de la interpretación como Burt Lancaster, el orgasmo está garantizado. Todo lo resume en esa gran frase: “a veces es necesario que todo cambie para que todo siga igual”. Visconti era un aristócrata de izquierdas y no hay mejor forma de definir sus propias contradicciones. Por mucho que triunfen algunas revoluciones, siempre habrá opresores y oprimidos. A los aristócratas, para sobrevivir, no les queda más remedio que compartir su poder con nuevos ricos, políticos advenedizos y mafiosos. La historia de Italia, vamos, pero también la nuestra.

No me extraña que Coppola, como buen cinéfilo de origen italiano, reconociera que se había inspirado en “El Gatopardo” para los episodios sicilianos de “El Padrino”, sobre todo en las escenas de caza. Es inevitable acordarse de Al Pacino seguido por los dos matones con sus armas al hombro caminando por los montes sicilianos, cuando ves a Burt Lancaster salir de caza seguido de su séquito portando las escopetas de la misma forma. Incluso el pueblo y la iglesia donde transcurre parte de la acción del filme de Visconti, recuerdan al Corleone de “El Padrino”. Un diálogo, un juego de tú a tú, entre maestros fascinante.

Con filmes así, ¿quién necesita sexo? Yo sí, por supuesto, qué se han creído.

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