25 septiembre, 2007

UNA DE POLVOS RURALES: "EL ROMANCE DE ASTREA Y CELADÓN" (Eric Rohmer)


Hay varias formas de afrontar la adaptación de un texto clásico. Se puede coger la historia y adaptarla a la forma de pensar, las coyunturas sociales y las formas de representación actuales. Con ello se corre el peligro de caer en los convencionalismos propios de los gustos de cada época. Digamos que ese sería la adaptación clásica al estilo de Hollywood. La cosa suele ser más interesante si el adaptador tiene una personalidad lo suficientemente sólida como para dejar su sello impreso. Éste sería el caso de “María Antonieta” (Sofía Coppola), por ejemplo. Eric Rohmer, sin embargo, escoge una tercera vía bastante arriesgada tras su aparente ingenuidad y que consiste en ser lo más fiel posible al texto original tanto en un sentido literal como en la forma de representarlo. Esto genera una apariencia teatral, medio donde es más habitual la fidelidad a textos antiguos (a ver quién se atreve a tocar a Shakespeare, Cervantes o Calderón de la Barca), que entronca, a su vez, con el cine de los pioneros. La sensación que produce ver “El romance de Astrea y Celadón” me recuerda, precisamente, a la que se puede sentir viendo algunas películas mudas o sonoras previas a la instauración del maldito Código Hays. Por un lado, percibes ciertas ingenuidades propias de la época, pero a la vez sorprende ver un tratamiento de las pasiones amorosas mucho más sensual y pasional del que se daría en años posteriores y, supuestamente, más avanzados. El ejemplo más palmario sería el progresivo aumento del tamaño del vestido de Maureen O’Sullivan en las sucesivas partes de Tarzán. Pero también podemos recordar el sugerente “stripptease” de Fay Wray en “King Kong”.




El tratamiento del amor que se hace en el último filme (por cierto, podría ser realmente el último) de Rohmer es muy típico del barroco. El amor es como una religión para el enamorado y la amada es su diosa. Tanto es así, que se ve obligado a cumplir sus designios por absurdos que estos sean, lo cual genera el conflicto central de la historia. Esta idea idílica del amor, unida a unos decorados y una vestimenta muy elementales y nada realistas (la obra fue escrita en el Siglo XVII, pero los personajes pertenecen a la Galia del Siglo V y en el filme se respeta la visión que en época barroca se podía tener de los franceses que habitaban el país en tiempos del Imperio Romano), es lo que nos puede parecer ingenuo, pero un desarrollo final rico en equívocos sexuales propios de una screwball comedy a lo Howard Hawks (el director favorito de Rohmer) y en el que acaba triunfando la carnalidad propia de unos amantes apasionados eleva el film casi a la categoría de himno libertario. Se resuelve así el conflicto entre el amor pagano y el religioso o, dicho de otra forma, entre el amor carnal y el platónico, que antes ha aparecido subrayado por la contraposición del discurso de un cínico bardo y del sensiblero hermano mayor de Celadón. La plenitud se alcanza a través del equilibrio, esa parece la moraleja final. Rohmer es fundamentalmente católico, pero también un humanista que comprende las debilidades propias de sus congéneres. Esta historia poblada por druidas, ninfas y pastores se adapta como un guante a su ideario.


Ah, solo me queda agradecerle la presencia de esas ninfas francesas cuyas vestimentas poseen una sospechosa tendencia a desprenderse dejando los senos al descubierto.


2 comentarios:

BUDOKAN dijo...

Hermoso post por todas las referencias que citas para poder entender mejor y disfrutar plenamente esta obra de Rohmer que casi siempre logra deslumbrarnos con su narrativa de artesano. Saludos!

DECKARD dijo...

A mí me ha parecido una peli llena de encanto, pero genera división de opiniones. Hay quien no puede con su candidez y lo comprendo.

Un saludo!