Después de un año de espera, al fin se estrenó en España la última obra de Neil Jordan. No venía precedida, como en otros casos, de grandes alabanzas, pero es un director al que le guardo cierta fidelidad después de que encadenara de forma consecutiva nada más y nada menos que “Juego de lágrimas”, “Entrevista con el vampiro” y “Michael Collins” (1992, 1994 y 1996). Además, años antes había realizado la magnífica “Mona Lisa” (1986) y la muy interesante “En compañía de lobos” (1984). En los últimos años, sin embargo, su carrera ha sido bastante irregular. Me encantó “El fin del romance” (1999), una brillante vuelta a las maneras del melodrama clásico espléndidamente interpretada por Ralph Fiennes y Julianne Moore, pero se me atragantó la estrambótica “The butcher boy” (1997), me decepcionó la telefílmica “In dreams” (1999) y “El buen ladrón” (2002) me hizo pasar un buen rato sin más.
Con “Desayuno en Plutón” retoma el espacio abierto en “The butcher boy” (película que, lo siento, no pude terminar de ver cuando la pasaron por televisión. Si no recuerdo mal, no llegó a estrenarse en salas en España). De hecho, se basa de nuevo en una novela de Patrick McCabe, autor cuya obra literaria desconozco y que también firma el guión junto al mismo Neil Jordan.
Relata la vida de un personaje marginal que se esfuerza por mantener empecinadamente sus idiosincrasias (fundamentadas en su sentido exhibicionista de la homosexualidad) dentro de un entorno hostil en el que reinan la intolerancia social, política y religiosa. Para ello, crea en su cabeza un mundo de fantasía al que se evade cada vez que la realidad le muestra su cara más desagradable, lo cual le sitúa al borde de la locura. Recuerda, por ello, a la Selma de “Dancer in the dark” (Lars Von Trier, 2000) o a muchos de los héroes creados por el gran Terry Gilliam. A pesar de su difícil carácter, encuentra en su camino la solidaridad de toda una serie de personajes que, por unos motivos o por otros, también viven al margen de la sociedad; empezando por sus inseparables amigos de la infancia: una chica mulata (algo que no debía ser muy habitual en la Irlanda de los años 50, 60 y 70’s, que son los que se reflejan en la película), un deficiente mental y un terrorista de endebles convicciones, pasando por el líder de un grupo de Glam-Rock (interpretado por el músico Gavin Friday), un mago (interpretado por el actor fetiche de Jordan, Stephen Rea, con su brillantez habitual) y, finalmente, el cura de su pueblo, al que le une una relación que no voy a desvelar y que interpreta el inconmensurable Liam Neeson (actor cuya sola presencia eleva la categoría de cualquier filme, como así ocurre en este). El rutilante reparto, compuesto por lo más granado del star-system irlandés, lo completan los imprescindibles Ian Hart, Brendan Gleeson y, por supuesto, el protagonista Cillian Murphy, cuyo extraño y ambiguo rostro se adapta como un guante a las características del personaje. También podemos ver a Brian Ferry haciendo de un tipo bastante desagradable.
Estamos, por tanto, ante un filme magníficamente interpretado y dirigido con el oficio habitual de su director (mejor, a mi parecer, cuando se adentra en el cine de género, ya sea negro o fantástico, en el que ha demostrado ser un gran especialista). Sin embargo, se ve lastrado por una estructura excesivamente episódica, quizá fruto de su origen literario. Cada episodio va precedido del correspondiente título sobreimpreso en la pantalla y aparecen más de 20, para que se hagan una idea. Eso hace que, aunque la continuidad temporal esté bien definida, pasemos de un momento muy dramático a otro muy cómico con excesiva brusquedad. Según ha revelado el propio director, se trata de algo premeditado, pero de difícil asimilación para el espectador.
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