Creo que fue Billy Wilder el que, con su ingenio habitual, dijo: “la televisión, aún mostrando la realidad, hace que todo parezca mentira; mientras que el cine, siendo todo mentira, hace que todo parezca verdad”. “The Queen” viene a ser la enésima demostración de este acertado aserto.
Cuando se produjo el desafortunado accidente que acabó con la vida de Lady Di (“La Princesa del Pueblo”, calificativo atribuido a un asesor de Tony Blair en la película), asistí con la misma impavidez que me producía el personaje a la posterior invasión “desinformativa” por parte de la prensa rosa (y de los periódicos serios y generalistas también, no lo olvidemos) y de todos los canales de televisión sin excepción. Reportajes, documentales, tertulias, rumores y especulaciones varias poblaron nuestras pantallas durante semanas. Hasta Elton John, al parecer gran amigo de la difunta, recicló de forma vergonzosa su tema “Candle in the wind” (dedicado originalmente a Norma Jean-Marilyn Monroe) para adaptarlo a las circunstancias y convertirlo, creo, en el single más vendido de la historia. Debía andar corto de inspiración el hombre, qué le vamos a hacer, o puede ser que la difunta no mereciera un tema original.
Uno de los aspectos más controvertidos de aquella historia fue la inicial negativa de la Corona Británica a presentar un comunicado oficial en el que hicieran constar sus condolencias. La prensa vio aquello como un gesto de desprecio por parte de La Reina Isabel II hacia la díscola princesa que tanto daño había hecho a la imagen de la monarquía británica, cuando en realidad no hacían más que respetar el protocolo establecido para esos casos y los planes para el funeral de la familia Spencer. Como se muestra en la película, en ese enfrentamiento los mass-media se pusieron de parte del personaje que habían contribuido a crear, dejando a La Reina en evidencia ante sus súbditos. El oportunista y populista Tony Blair supo sacar buen partido de aquella coyuntura quedando como un personaje cercano al pueblo. De repente, la legendaria discreción británica a la hora de afrontar este tipo de acontecimientos era vista como un síntoma de anticuada altivez. Los ciudadanos no entendían la reacción (o más bien la falta de ella) por parte de la Corona; y los medios, más que a tratar de esclarecer lo que estaba sucediendo, se dedicaban a alimentar la polémica con su unidimensional visión del asunto. Gracias al cine, ahora entendemos mejor lo sucedido aquellos días; es más, gracias a su magia, llegamos a sentirnos fascinados y a emocionarnos con un personaje, en principio, tan alejado de nuestra sensibilidad como La Reina de Inglaterra. Lograr que un republicano recalcitrante como yo se sienta algo monárquico durante unos minutos tiene su mérito. A ello contribuye la admirable composición (crean todos los adjetivos superlativos que lean por ahí) de la gran Helen Mirren. Y no es que Stephen Frears cargue las tintas a favor de ese personaje, ya que sería caer en el mismo error que en el fondo está criticando. Precisamente, la mayor virtud de éste como director radica en la objetividad con la que afronta la propuesta, dejando espacio para todos los puntos de vista con la intención de que sea el espectador el que elija el que más se amolde a sus sentimientos o que coja un poco de allí y de allá para formarse una idea de conjunto sobre lo sucedido. A pesar de ello, sus simpatías salen a relucir, como ha reconocido en algunas entrevistas. Es decir, a pesar de ver a la institución monárquica como un ente hermético y aferrado a desfasadas tradiciones, no puede evitar sentir simpatía por la Reina, a la que ve como una figura maternal, la salvaguarda de unos valores a veces afortunadamente superados, pero otras tristemente perdidos. En este caso, se ve comprometida por no querer sucumbir a la presión social y mediática, que le pide reaccionar de una manera distinta a la que le marca su educación, por el simple hecho de que la fallecida es un personaje popular.
“The Queen” quizá no sea esa gran película que algunos gacetilleros nos vendían como la mejor vista en el Festival de Venecia, ya que su estilo es excesivamente telefílmico, aunque también es cierto que quizá esa era la mejor forma de contar esta historia. Estamos ante un filme que sabe ser humilde y captar la atención del espectador con una historia sencilla, pero bien contada, con un reparto de actores dignos de la gran tradición de la escuela británica de interpretación (en VOS, por supuesto). Nada a lo que ese estimable artesano que es Stephen Frears, no nos tenga ya acostumbrados.
2 comentarios:
A mí me dejó bastante frío. Me gustaron las actuaciones (como es normal, Mirren particularmente), pero en los detalles que destruyen el reailismo de la propuesta me fue perdiendo poco a poco hasta que casi acaba perdiendo la cobertura... no sé, detalles como la reina por ahí sola tan campante (lo del ciervo no me gustó nada) o Blair diciendo que va a lavar los platos y su cambiod e actitud hacia la reina en determinado momento... no me los creo y eso en una película así lo veo bastante grave...
Hombre, está claro que se toman algunas licencias para aligerar la historia, pero a mí no me resultó molesto.
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